La Nación, por Bradley Brooks, AP, Copiapó, Chile, 28/08/2010, extracto.-
Carola Narváez aspiró el frío aire de la madrugada del desierto de Atacama y lentamente empezó a exhalar la historia de cómo su familia sobrevivió a un devastador terremoto y trabajó para reconstruir su vida... sólo para que su esposo terminara atrapado en las profundidades de una mina chilena.
El relato de Narváez, una historia de dos desastres, encarna los desafíos que aún deben enfrentar los sectores pobres en Chile, pese a que el país ha sido en las dos últimas décadas el mimado de América latina. Es una historia de increíble desgracia, de inquebrantable fe y de un amor que, según la mujer, la adversidad sólo ha fortalecido.
El esposo de Narváez, Raúl Bustos, es un mecánico de maquinarias pesadas cuya pericia siempre ha tenido demanda. Durante años se ganó la vida reparando los equipos para extraer cobre, la sangre vital de la economía chilena, o ayudando a construir enormes barcos en los puertos de la línea costera de Chile, de 6400 kilómetros de extensión.
Hace seis meses, la familia vivía en la ciudad portuaria de Talcahuano, donde Raúl trabajaba para los astilleros chilenos Asmar. Como la mayoría de los chilenos, la familia estaba profundamente dormida cuando uno de los terremotos más potentes registrados en un siglo azotó la costa central, el 27 de febrero.
Lo que el terremoto no derrumbó fue arrastrado por el tsunami que el movimiento sísmico desencadenó. Aunque la casa de la familia sobrevivió, los barcos del astillero Asmar acabaron en medio de las calles, y las instalaciones de la empresa quedaron destruidas.
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